Por: Angélica María Pardo López
Desde hace años estamos diciendo que necesitamos detener la deforestación. En el Acuerdo de París de 2015, uno de los compromisos internacionales que adquirió nuestro país fue llevar a cero la deforestación en el Amazonas. Sabemos la importancia de la conservación de las selvas incluso para nuestra propia sobrevivencia y, sin embargo, siguen apareciendo declaraciones tan desesperanzadoras como que la deforestación “es una lucha que llevamos perdiendo hace años” y que “si seguimos a este ritmo habremos perdido en 2020 un área de selva tan grande como la correspondiente a siete veces el tamaño de Bogotá”. Palabras, más palabras menos, no se ha hecho nada para evitar esta cada vez más vertiginosa catástrofe.
Una de las preocupaciones de los expertos es que la mayoría de los países que se comprometieron a la conservación de bosques y a la reforestación están tratando de alcanzar sus metas plantando especies económicamente rentables que por ser cosechadas periódicamente y abarcar inmensas extensiones territoriales no albergan la biodiversidad que sí albergan los bosques naturales, ni tampoco almacenan la suficiente cantidad de carbono. Estudios han encontrado que los bosques naturales almacenan 40 veces más carbono que las plantaciones. Por eso, las metas ambientales no pueden alcanzarse sembrando palmas donde debería haber infinidad de especies vegetales nativas sin ningún tipo de intervención, por ejemplo.
Al paso que se amplía la frontera agrícola y se irrespetan ecosistemas que por los muchos beneficios que nos reportan deberían ser sagrados e intocables, las explotaciones agrícolas existentes no incorporan, la mayoría de las veces, las mejores prácticas ambientales.
Las plantaciones o prácticas agroforestales constituyen una forma sostenible de producción de alimentos que se utilizaba como sistema principal de agricultura hasta hace menos de un siglo por múltiples sociedades. Se trata de una forma de producción que integra, en el mismo terreno, especies arbóreas madereras, de sombra y frutales, pastos, forraje, ganado, arbustos, trepadoras y otras plantaciones. Al contrario de lo que ocurre en el ya tradicional monocultivo, la mayor biodiversidad existente en las plantaciones agroforestales implica muchas ventajas, como por ejemplo la protección física del suelo, benéficos efectos sobre el microclima, reciclaje de nutrientes y diversificación de la producción. A su vez son más resistentes frente a la desertificación, la pérdida de humedad, la erosión y las plagas. Adicionalmente, nos dan una gran ganancia ambiental, pues almacenan una buena cantidad de carbono. En suma, entre más biodiversa sea una plantación agroforestal, más resiliente será.
En el contexto de la emergencia ecológica actual, la agroforestería es un tema que se ha vuelto a poner de moda. Países como India ya han planeado, adoptado e implementado políticas nacionales agroforestales que involucran inversiones de alrededor de 3.5 billones de dolares anuales. El dinero se destina principalmente a incentivos para que los agricultores inicien plantaciones agroforestales, en esquemas de aseguramiento y ampliación del acceso a los mercados de los productos que se den allí.
Quizá debamos volver a la sabiduría antigua. No se necesitan grandes estudios para saber lo que de una investigación sobre la complementariedad de la agroforestería y la producción de ganado ovino concluyeron dos centros académicos del Reino Unido: que los árboles sirven de refugio a los animales cuando el tiempo es malo. Tampoco se necesita mucha inteligencia para saber que debemos cuidar y conservar el planeta donde vivimos. Hay quienes dicen que para no vernos enfrentados a las peores consecuencias del cambio climático hay que cuidar al menos la mitad del planeta; como si fuera aceptable vivir en una casa donde la mitad se ordena, se limpia y en la que se vive dignamente, mientras que en la otra mitad reina el desaseo, el desorden y toda clase de desafueros y aberraciones. Se trata de nociones elementales que la modernidad, con toda su ciencia y tecnificación, parece habernos hecho olvidar.
Limitación estricta de la frontera agrícola para conservación de bosques naturales e introducción masiva de prácticas que, como la agroforestería, tengan en cuenta tanto la productividad como la sostenibilidad son dos cosas que necesitamos urgentemente para dar respuesta a una de las facetas de la emergencia global: la pérdida de biodiversidad y la gran cantidad de carbono libre en la atmósfera.