Por: Angélica María Pardo López
Hay quienes explican que el deterioro ambiental del planeta se debe al gran número de personas que en él habitan. Según esta postura, la especie humana presenta sobrepoblación y de esto se deriva una notoria presión en los recursos naturales de los que todos debemos servirnos. El éxito numérico de la humanidad explicaría el que las fuentes hídricas llegaran en algún punto a ser insuficientes, la precaria alimentación de algunos sectores de la población y la incapacidad que tenemos de gestionar los residuos que generamos.
Aunque algo de razón tienen quienes desvían las razones de la crisis ambiental hacia la causa demográfica, ésta dista mucho de ser la verdadera, o al menos la única causa, por la que nuestro ecosistema se encuentra en una situación tan desesperada.
Hasta los tiempos de la revolución industrial, la población humana no había superado los 1.000 millones de individuos. Se podría decir incluso que durante la mayor parte de la historia, la humanidad no tuvo una presencia más que escasa sobre la Tierra. Sin embargo, desde el siglo XVIII la población ha crecido de forma vertiginosa, hasta alcanzar hoy en día los 7.500 millones de personas.
Esta tendencia había sido observada por el economista Malthus hacia 1798. Desde entonces, dicho pensador ha sido famoso por haber escrito un ‘Ensayo sobre el principio de la población’ y haber planteado lo que actualmente se conoce como la teoría de la ‘capacidad de carga’.
Lo que planteó Malthus es que mientras que la población humana crece en proporción geométrica, la producción de alimentos que se necesita para sustentarla crece en proporción aritmética y por lo tanto llegará algún momento en que los alimentos no sean suficientes para todos nosotros. En otras palabras, dado que los recursos del planeta son limitados, existe una determinada capacidad de carga demográfica que la Tierra puede soportar, más allá de lo cual estamos en serios problemas. Poco después, las teorías de Malthus fueron descartadas por quienes dijeron que la tecnología nos salvaría de la inminente escasez. De hecho, así fue durante algunas décadas gracias a otra revolución: la revolución verde.
De acuerdo a las estimaciones de diferentes fuentes, los límites de la capacidad de carga del planeta podrían estar entre los 10.000 y los 40.000 millones de habitantes. El que nos situemos en un lugar u otro depende, lógicamente, de la cantidad de recursos que demande cada uno de los individuos. Si todos consumiéramos lo mismo que un estadounidense promedio, el planeta podría sostener tan solo a 2.000 millones de personas. Por el contrario, si todos viviéramos con estrictamente lo necesario, la tierra sería suficiente hasta para 40.000 millones de personas.
Por otra parte y como lo he referido en varios de los apuntes filosóficos pasados, la humanidad desde hace varias décadas vive en deuda ecológica, es decir que consume más recursos de los que el planeta es capaz de regenerar. Este despilfarro es posible solo a costa del bienestar de las generaciones futuras.
Con 7.500 millones de personas, es decir, aún lejos de la estimación más conservadora respecto a la capacidad de carga del planeta, los recursos ya no son suficientes. Esto solo se puede explicar por dos factores: una gran codicia y una gran desigualdad.
El error de Malthus, que pensaba que el problema de los recursos se reduce a una relación entre estos y la población que los utiliza, y el error de los optimistas que creyeron que la revolución verde podría solucionarlo todo, es el mismo: ninguna de las dos hipótesis tuvo en cuenta la inacabable codicia humana. Aun cuando la humanidad hubiera alcanzado su pico poblacional y aun cuando la tecnología que se desarrollara nos permitiera sacarle el mayor partido posible a los recursos disponibles, no hay recursos ni tecnologías capaces de satisfacer apetitos insaciables y ambiciones de crecimiento infinitas.
Debemos entender que nuestra crisis ambiental no constituye un problema económico sino un problema político. Si no logramos poner un límite a nuestras supuestas necesidades, nos precipitaremos a una situación de escasez y pobreza de la que nos será imposible regresar.