Por: I.A Camilo Echeverri Erk
Cali, Colombia
En época de elecciones presidenciales nos hacemos la pregunta de por quién votar esta vez. Hoy la respuesta parece mucho más difícil, en medio de una campaña caracterizada por una extrema polarización, y cada vez mayor desconfianza hacia los políticos y los gobernantes. La decepción de muchos con el Gobierno actual hace pensar que se requiere urgentemente un cambio de rumbo.
¿Cómo decidir entonces cuál gobernante elegir? Revisemos, de manera objetiva, cómo lo han hecho los Gobiernos anteriores. Al igual que en las empresas y en cualquier proyecto, los Gobiernos deben tener objetivos, metas e indicadores para medir su desempeño y el éxito en la obtención de resultados. ¿Cuáles son esos objetivos e indicadores con los que podemos medir la gestión del Estado en general? A mi parecer, están consignados en la Constitución política de 1991, la cual establece desde su preámbulo su razón de ser:
“El pueblo de Colombia en ejercicio de su poder soberano, …, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo, …”.
Examinemos entonces el desempeño del Estado colombiano en cuanto a algunos indicadores de cumplimiento de la sagrada misión asignada a este por la Constitución. Con la palabra ‘Estado’ no me refiero a ningún Gobierno en particular. Sin embargo, para enmarcar este análisis en el tiempo, digamos que la situación actual de Colombia se debe a la gestión de los gobernantes desde 1991, año en que estrenamos la Constitución vigente.
De entrada, aceptemos que el Estado colombiano ha sido incapaz de “fortalecer la unidad de la nación y asegurar a sus integrantes la vida y la convivencia”, como reza la Constitución. Por un lado, la polarización y el odio que parecen imperar en la sociedad en estos tiempos son una clara muestra de dicha incapacidad. Por otro lado, ni qué decir del encargo tal vez más importante de asegurar la vida de sus habitantes. Los homicidios de líderes sociales, de exintegrantes de las antiguas FARC, y los ocasionados por los grupos ilegales y el hampa en general, hablan por sí solos.
Dentro de la misión fundamental del Estado colombiano, me parece que la palabra ‘igualdad’ debe ocupar un lugar preponderante. De alguna manera, garantizando la igualdad, es decir, la equidad entre todos los colombianos, creo que se despeja el camino para cumplir con los demás grandes objetivos que conducen a la libertad y, finalmente, a una paz verdadera. Para analizar objetivamente los resultados del Estado en cuanto a equidad social, cito algunos indicadores socioeconómicos que ilustran nuestro panorama actual, tomados de diferentes fuentes que coinciden en las cifras:
Pobreza
Según el DANE, más del 40% de los colombianos sufre de pobreza monetaria:
- 21 millones de colombianos viven con menos de $331.000 al mes (alrededor de $11.000 al día).
- 7 millones se encuentran en pobreza extrema, disponiendo de menos de $145.000 al mes (menos de $5.000 al día).
- En departamentos tradicionalmente olvidados las cifras de pobreza son mucho más preocupantes: Guajira (66%), Chocó (65%) y Magdalena (60%). 13 departamentos están por encima del promedio nacional de pobreza.
- Según cifras del Banco Mundial, solo el 40% de las personas que trabajan están en el sector formal.
- La misma fuente sostiene que si un niño nace pobre en Colombia, la probabilidad de que supere esta condición durante su vida es menor que en el 90% de países. En otras palabras, la movilidad social es muy precaria.
Distribución de la riqueza
- Solo el 10% de la población posee el 70% de la riqueza; el 50% inferior posee menos del 1%. (Thomas Picketty, World Inequality Database, 2022).
- Según el DANE, el coeficiente de Gini (una forma de medir la desigualdad) fue de 0.54 en 2021, la cifra más alta desde 2012 (entre más alejado de cero, mayor es la desigualdad).
- El estudio “Perspectivas Económicas para América Latina” estableció que en 2019 el coeficiente de Gini para América Latina fue de 0.462; Colombia ocupó el penúltimo lugar (0.508), después de Brasil (0.513).
- De acuerdo con el Banco Mundial, Colombia es el país más desigual de todos los que pertenecen a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y el segundo más desigual (después de Brasil) entre 18 países de Latinoamérica. Se estima que se requerirán más de 30 años para superar esta desigualdad.
- Según la misma fuente, el 10% de la población con mayores ingresos gana once veces más que el 10% que tiene los menores ingresos. El 81% de las tierras pertenecen al 1% de las fincas.
- Como si fuera poco, además de la deficiente distribución de la riqueza, la corrupción reinante se ha apropiado de casi $93 billones entre 2016 y 2020, según un estudio de la organización Transparencia por Colombia. Y eso que en el 70% de los casos de corrupción no fue posible determinar los montos.
Desempleo
- Para 2021, el DANE calculó una cifra de 13.7%, tres puntos porcentuales por encima del 2019, año anterior a la pandemia de Covid-19.
- En 2020, el año de mayor impacto de la pandemia, el desempleo en Colombia fue del 15.1%, frente a un 10.5% en América Latina y el Caribe, y solo superado por Barbados, Santa Lucía, Panamá y Costa Rica (datos de Statista).
- De acuerdo con la OCDE, Colombia se encuentra en el último puesto en los indicadores de jóvenes que no tienen empleo, ni estudian, ni reciben ningún tipo de formación (los llamados ‘ninis’).
Hambre
- Actualmente hay 25 millones de colombianos – la mitad de la población – que no tienen garantizado el consumo de los alimentos requeridos diariamente (El Espectador, 31/03/2022).
- La misma fuente sostiene que tres de cada diez colombianos, 16 millones, consumen menos de tres comidas al día, y 500.000 niños menores de cinco años padecen de desnutrición crónica.
Para ilustrar la gravedad y lo inaceptable de esta situación, me permito citar al columnista Juan Carlos Botero, quien escribió en su artículo para el Espectador el 1/04/2022:
“Porque es inaceptable que en Colombia haya hambre. Lo entiendo en ciertos países de África, donde escasea el agua y la tierra no da. ¿Pero en Colombia, donde es difícil encontrar un lugar en el que no crezca algo? ¿Con un pueblo trabajador? Entonces, si el pueblo trabaja y la naturaleza es fértil pero aun así hay hambre, es por las fallidas políticas de la élite nacional”.
¿Cómo es posible que, después de treinta años de haber aprobado nuestra última Constitución, una de las más modernas y progresistas de Latinoamérica, aún tengamos un país con tan lamentables cifras de inequidad?
Me extendería demasiado citando cifras de otros indicadores que demuestran que es gigantesco el esfuerzo que queda por hacer en otros frentes como justicia, educación, acceso a vivienda y agua potable, gestión del medio ambiente, entre otros. No se puede tampoco desconocer el impacto que tuvo la pandemia de Covid-19 y el retroceso que generó, ni tampoco que el Estado colombiano ha logrado avances importantes en algunos de dichos frentes, a lo largo de la historia reciente. Sin embargo, los hechos son contundentes. Es evidente que Colombia ‘se ha rajado’ en lograr equidad para sus habitantes. El Estado ha fallado en priorizar en sus programas de gobierno a la gente. Si a esto se le suma la situación de inseguridad debida al narcotráfico, los grupos armados ilegales y la delincuencia común, y el exterminio de líderes ambientales y desmovilizados de las antiguas FARC, hay que reconocer que el Estado colombiano ha fracasado en hacer cumplir el mandato de la Constitución. Han pasado desde 1991 ocho Gobiernos – seis presidentes – que han sido incapaces de cumplir el mandato de la Constitución de crear las condiciones para un mejor vivir de los colombianos. La necesidad de un cambio profundo en el modelo de gobierno es inocultable. De lo contrario, seguiremos obteniendo los mismos o peores resultados. Colombia es un país tan complejo que no se puede permitir nuevamente el error de elegir a un presidente inexperto.
En medio del caos actual, sorprende que, a pesar de todo, algunos consideren que los colombianos somos la gente más feliz del mundo o, por lo menos, los subcampeones, de acuerdo con un escalafón más reciente. Seguramente somos de los primeros en resiliencia, gracias a que somos ricos en capital humano, biodiversidad y potencial para hacer de Colombia un mejor lugar para vivir. Nuestros gobernantes no han sido capaces de aprovechar ese potencial.
La pregunta final es si aún hay esperanza de que el país cambie el rumbo. Recientemente, escuché un diálogo entre dos trabajadores, en el cual uno de los dos decía que para qué preocuparse por votar, si siempre seguiría siendo pobre. Yo, en cambio, soy optimista. El Congreso que elegimos es un primer paso en ese nuevo camino. Estamos ante una oportunidad histórica de cambio. Juzguen ustedes, amables lectores, quiénes tienen la capacidad y la experiencia para liderarlo.