Por: I.A Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Cali, Valle del Cauca
Para cuando esta revista se publique los dos hechos que voy a comentar, ocurridos en Colombia recientemente, seguramente ya habrán pasado al olvido entre el cúmulo de noticias, reales y falsas, que nos abruman diariamente. Se trata de la cinematográfica fuga de la excongresista Aída Merlano del partido conservador, presa en la cárcel El Buen Pastor, de un consultorio odontológico en el norte de Bogotá, y del vergonzoso episodio de las fotos publicadas por el gobierno en un informe presentado a la ONU sobre la presencia de guerrillas colombianas en territorio venezolano.
En el primer caso, haciendo de lado los intereses políticos en la fuga, y la evidente participación de funcionarios corruptos y particulares cercanos a la excongresista, vale la pena analizar que en el trasfondo se trata de un caso en el que se presentaron varias fallas de procedimiento. Muy seguramente existen en el código carcelario normas claramente establecidas para los casos en que los detenidos tengan que ausentarse de las prisiones para atender compromisos de salud o de orden judicial. Es de suponer que dichas normas contienen un sinnúmero de disposiciones sobre la aprobación de las solicitudes de salida y las condiciones en que se debe realizar esta, basadas en la justificación de las ausencias y con las debidas consideraciones de seguridad, de acuerdo con el grado de peligrosidad del recluso. Las investigaciones adelantadas hasta el momento de escribir estas líneas arrojan que se violaron varias de estas disposiciones, lo cual se tradujo en que Aída se pudiera volar, burlándose de la autoridad carcelaria, eso sí, con un perfecto diseño de sonrisa. Sobre los móviles de la fuga se pueden hacer muchas especulaciones y será la investigación la que los aclarará (esperamos).
En el segundo caso, el de las fotos sobre instalaciones y actividades de guerrilleros colombianos en Venezuela contenidas en el informe presentado por el gobierno a la ONU, también se abren varios interrogantes. Cabe preguntarse si existe un procedimiento en los órganos de inteligencia del estado, el ejército en este caso, para validar las fuentes y la veracidad de las pruebas que se presentan en los informes. Si existe, muy seguramente tampoco se cumplió en este caso, haciendo quedar en ridículo al gobierno ante las instancias internacionales y restándole credibilidad al documento presentado.
A mi parecer, apartándonos de lo ridículos y vergonzosos que puedan resultar estos dos episodios, se trata de unos buenos ejemplos de cómo la falta de método, disciplina y rigor al aplicar las normas y los procedimientos se traduce en resultados tan lamentables y mediocres. Muchos podrían pensar que ante la corrupción no hay método que valga y que su poder es tan grande que sobrepasa la capacidad de cualquier sistema. Sin embargo, estos episodios pueden servirnos de ejemplo para pensar en cómo diseñar e implementar sistemas que sean menos permeables a la corrupción.
Los dos casos reflejan una característica marcada en nuestra cultura y es la de que somos muy buenos en crear normas, reglas, disposiciones y procedimientos, pero muy malos al momento de hacerlos cumplir, es decir, fallamos en el método. Esta característica influye negativamente en nuestro desempeño como personas, en las empresas y como país. Hasta en el campo de la política vemos con frecuencia errores que se cometen por falta de método. La declaración de inexequibilidad de la Ley de Financiamiento por parte de la Corte Constitucional, ocurrida también recientemente, es un claro ejemplo de las consecuencias de aprobar normas sin el cumplimiento de los procedimientos estipulados. Las consecuencias de este error de trámite son inmensas, en la medida en que el tener que repetir el proceso legislativo en un tiempo tan corto (hasta diciembre de este año) le quitó al gobierno la posibilidad de iniciar el trámite de otras leyes muy importantes, como, por ejemplo, la ley de pensiones. Este es otro claro ejemplo de cómo la falta de método produce resultados mediocres.
Somos muy hábiles al elaborar proyectos y planes, pero muchas veces débiles en la ejecución de estos. A veces, por el afán de presentar resultados, pecamos por ser poco sistemáticos y metódicos en la realización y seguimiento de las actividades que nos deberían conducir al cumplimiento de nuestros objetivos y metas. Como se dice coloquialmente “nos queda faltando el centavo pa’l peso”. En este campo nos aventajan ampliamente culturas más desarrolladas como las anglosajonas o algunas asiáticas. Nuestra creatividad y versatilidad es admirada por muchos países, pero a veces fallamos en la implementación de nuestras ideas por falta de método. En nuestro medio es frecuente ver excelentes iniciativas, pero pobres “acabativas”. En cambio, son muchos los casos de colombianos que presentan desempeños sobresalientes en países con otras culturas empresariales (también ocurre aquí, obviamente), en las que se otorga igual o más valor a los procedimientos y al seguimiento de estos que a las mismas ideas. Los planes y proyectos se acompañan de robustos sistemas de gestión que aseguran el logro de las metas trazadas. En dichas culturas se valora mucho la capacidad de actuar by the book, es decir, de acuerdo a lo que está estipulado en el “libreto”. Funcionan como los pilotos de aviación que aplican al milímetro la lista de chequeo que garantiza en buena medida un vuelo seguro y exitoso.
Si queremos ser más competitivos como país debemos realizar cambios profundos en el sistema educativo, inculcándole a las nuevas generaciones la importancia del método y la disciplina para cumplir con él en todos los campos de nuestra actividad diaria. Además de las ideas creativas, se debe insistir en acompañar los proyectos con procedimientos claramente estipulados y sistemas para controlar efectivamente su ejecución. Así contribuiremos al logro de llegar a buen puerto en nuestro largo y desafiante vuelo hacia el desarrollo. Así como en la película “Perder es Cuestión de Método” ganar también lo es.