Por: Angélica María Pardo López
Como seguramente ha sucedido a muchos de los lectores, la situación que vivimos desde principios de marzo (en Colombia, por lo menos), me ha hecho pensar y replantear ciertas posiciones que daba casi por sentadas.
Ahora pienso (estoy segura) que muchas cosas que antes consideraba imposibles son posibles. Por ejemplo, veo que en regímenes ‘democráticos’ como Colombia, Francia, Estados Unidos, etc. limitar de forma extrema los derechos y libertades de los ciudadanos no es más difícil que en regímenes totalitarios como China.
Pero dejaré al margen de este apunte filosófico mi descontento frente a lo que vi: lo muy dispuestos a abusar de sus poderes que están los gobernantes, lo poco que se toleran los puntos de vista diferentes a la opinión prevalente y lo muy dispuesta a renunciar a la libertad que está la ciudadanía. Todo eso quedará para después. Por ahora quiero hablarles de otra cosa que parecía imposible y resultó posible: tomar acciones colectivas y coordinadas que tuvieran un impacto positivo en el medio ambiente.
Durante la cuarentena disminuyeron considerablemente las emisiones de carbono, se aclararon ríos y mareas y cientos de miles de animales que peligran por la presencia y actividad humanas se dieron un merecido descanso. Desde hace más de 50 años sabemos lo crítica que es la situación ambiental de nuestro planeta y nunca hemos tomado la decisión de ponernos en acción. ¿Por qué, si la evidencia del daño es suficiente? ¿Por qué ha sido tan difícil tomar medidas como prohibir los plásticos de un solo uso o las emisiones por encima de cierto tope? ¿Por qué ha sido tan difícil conservar los bosques y evitar el despilfarro de recursos? ¿Por qué ha sido tan difícil evitar emprendimientos tan cuestionables como el fracking? Con la cuarentena se vio que todo es posible, y entonces, ¿por qué no hemos podido cuidar el medio que nos sostiene? ¿Por qué con respecto al medio ambiente nunca ha habido principio de precaución? ¿Por qué ha sido tan difícil la transición energética? A los gobiernos (que son todos populistas y mezquinos) les digo: ¡no solo piensen en su popularidad y en los votos, hagan algo que les sirva a las generaciones de hoy y de mañana! Y a los ciudadanos les pregunto: ¿Están esperando a que los obliguen a no contaminar y a vivir sosteniblemente?
El teletrabajo y la teleeducación, como lo pudimos vivir en carne propia, son posibles. No hay motivo para impedir que se hagan a distancia trabajos para los cuales estar o no en la oficina es indiferente. Se podrían evitar al máximo los desplazamientos por motivo de trabajo. También se podrían adaptar las metodologías y los sistemas educativos a la enseñanza virtual, de modo que ella sea de igual o mejor calidad que la presencial. Todo esto debería haber pasado no ahora, no por causa de ningún virus, sino desde hace varios años, con la emergencia del internet. Esto no solo nos haría mucho más libres y eficientes (como también se vio en la cuarentena), sino que ahorraría muchos costos, descongestionaría los medios de transporte y tendría un buen impacto en el medio ambiente.
Son innumerables las medidas que se podrían tomar para preservar lo que queda del medio natural y recuperar mucho de lo que se ha perdido. Está en nuestras manos hacerlo. ¿Qué estamos esperando?