Por: Angélica María Pardo López
A principios del mes de octubre se interrumpió por más de seis horas el servicio de las plataformas pertenecientes a la compañía Facebook: la de su mismo nombre, Facebook; WhatsApp, Instagram, y una de realidad virtual, Oculus. Seguramente nuestros lectores vivieron dicha interrupción, pues Facebook, Instagram y WhatsApp encabezan la lista de las aplicaciones más populares del mundo. Con más de 3000 millones de usuarios, no es exagerado decir que la mayoría de las comunicaciones está mediada por alguna de estas plataformas. En Latinoamérica, por ejemplo, el 90% de usuarios de teléfonos móviles entre los 19 y 59 años tienen instalada en su celular la aplicación WhatsApp y la utilizan de forma predominante frente a otras opciones como Viber, Telegram o Signal.
De hecho, en muchos lugares del mundo -entre ellos Colombia- los operadores de telefonía y datos ofrecen acceso a WhatsApp y Facebook gratuitamente. Es decir que, en una época en que la conectividad es tanto como un servicio público esencial, muchos de quienes no pueden pagar para tener acceso a internet móvil se conectan a través de dichas aplicaciones.
En suma, estamos hablando de una compañía que tiene una posición central, prevalente y dominante en el mercado global de las comunicaciones; estamos hablando de un monopolio. Tanto es así que, en medio de la interrupción, uno de los directivos de Facebook twitteó, sin el menor pudor, que la compañía se disculpaba por los inconvenientes que pudiera ocasionar a la gran comunidad que, alrededor del mundo, depende de los servicios de la empresa.
Ciertamente, son muchos quienes dependen de alguna de esas aplicaciones para comunicarse o trabajar. Muchos de los pedidos, citas médicas, odontológicas y estéticas se concretan a través de WhatsApp. Algunos protocolos para la atención de emergencias se activan a través de la misma aplicación. Muchos de los medios de comunicación que han dejado de ser impresos dependen enteramente de plataformas como Facebook e Instagram para la difusión de sus contenidos. Lo mismo sucede con políticos y activistas, que han encontrado en dichas aplicaciones un canal masivo para propagar sus mensajes. Hay, también, un sinfín de sitios web que -con el propósito de recolectar datos- condicionan el acceso a sus plataformas a un proceso de autenticación con Facebook. Y, por cierto, ¿cuántas compañías e instituciones educativas dependen de Facebook para proyectar en vivo sus eventos y conferencias? ¿Qué hay de quienes se ganan la vida con sus profesiones de “community managers”?
Facebook es un monstruo que crece con los años y cuyos movimientos están fríamente calculados para ganar predominancia. Por eso, hace meses nos está avisando de cambios en ciertas configuraciones con el propósito de integrar la información disponible en cada una de sus plataformas. Esta maniobra, a la vez que le ha dado un mayor poder sobre sus usuarios y sus comportamientos, también la hace más vulnerable, pues una falla -como se vio- resulta afectando masivamente todo el ecosistema.
Por nuestra parte, nos podemos dar por satisfechos al haber conservado y consolidado nuestra tradición de entregar la Revista Metroflor en las fincas y lugares de trabajo de los lectores en formato físico. Por lo que toca al mundo virtual, nuestra página web es ampliamente visitada sin que su tráfico provenga mayoritariamente de alguna de las compañías de Facebook. Además, tenemos muchos canales de comunicación virtuales, entre los cuales están Signal, Viber y Telegram; tenemos, así mismo, presencia en otras redes sociales, como Twitter y LinkedIn. Por ello, las seis horas de desconexión de las plataformas de Facebook pasaron casi desapercibidas para nosotros.
De este episodio resultan varias moralejas que deberíamos considerar. La primera es que para ser resilientes en este mundo moderno debemos resistir a la centralización y el monopolio. La segunda es que debemos recordar que, aunque el mundo virtual ha ganado mucho espacio y nos ofrece muchas ventajas, es tan solo una herramienta complementaria. El mundo real es y seguirá siendo el mundo análogo, todo aquello que tiene una entidad material propia y que podemos tocar; el resto son ayudas, pero no lo fundamental. Una última moraleja es que no podemos permitir que “Internet” y “conectividad” sean sinónimos de “Facebook y sus filiales”.