Por: Camilo W. Echeverri Erk
Ingeniero agrónomo y consultor independiente, Cali – Colombia
Afortunadamente, crecí sabiendo que el azúcar, en exceso, es un veneno. Mi padre era cardiólogo y ya hace más de 50 años pregonaba las recomendaciones “descubiertas” recientemente en cuanto a cómo llevar una vida sana: no adicionar azúcar a los alimentos, consumir jugos de fruta en vez de gaseosa, hacer ejercicio, incluir fibra en la dieta y evitar consumir grasa animal (ésta última parece que viene siendo revaluada por algunos científicos). Y mi padre era de los que predicaba, pero también practicaba. Recuerdo verlo salir con mi madre en las mañanas a trotar, cuando esa actividad era solo para los deportistas, o uno que otro revolucionario con un poco más de conciencia sobre el significado del mens sana in corpore sano. Después del trote hacía gimnasia y yoga, era buen practicante de la esgrima, y trataba de alimentarse de acuerdo con sus preceptos, aunque a veces pecaba, en lo posible en privado, comiéndose uno que otro chicharroncito en una suculenta bandeja paisa. Nos sorprendió verlo “decolar” (así llamaba él a la última partida) a los 86 años, cuando todos esperábamos que llegara siquiera a los 90, habiendo llevado una vida tan sana.
Hoy se revive un debate que ya se ha dado exhaustivamente en los países desarrollados sobre el efecto negativo del consumo excesivo de azúcar y otros carbohidratos altamente refinados. Aunque algunos lo cuestionen, está probado científicamente que hay una relación directa entre el consumo excesivo de azúcar, la obesidad y la diabetes tipo 2. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que los casos de obesidad se han duplicado en el mundo en los últimos 30 años. Para 2014 había 1.900 millones de adultos con sobrepeso (más de uno de cada tres habitantes), entre éstos más de 600 millones con problemas de obesidad (el 11 % de los hombres y el 15 % de las mujeres). Más preocupantes aún son las estadísticas de 2015, en las cuales se reportan alrededor de 42 millones de niños menores de cinco años con problemas de sobrepeso y obesidad. Las cifras para Latinoamérica mostraban que en 2010 más de la mitad de la población en el rango de los 18 a los 64 años presentaba exceso de peso.
La gravedad de esta problemática ha llevado a algunos países a establecer un impuesto al consumo de las bebidas azucaradas. Varios estudios coinciden en que un impuesto sobre el precio de estas bebidas del 20 % se traduce en una disminución de su consumo en la misma proporción. La OMS recomienda reducir la ingesta de azúcares libres (glucosa, fructosa y sacarosa) a menos del 10 % del total de las calorías consumidas en un día. Idealmente, se debería reducir a menos del 5 %, equivalente a seis cucharaditas por día o un vaso de 250 ml de bebida azucarada en una dieta de 2000 calorías por día. Imagínense el tamaño del pecado que cometen los que consumen una o más deliciosas gaseosas cada día.
Al igual que en Colombia, la imposición de este tipo de medidas ha querido ser obstaculizada por los grandes intereses económicos que existen alrededor del azúcar. A pesar de la oposición, países como Méjico, Chile y Bélgica han establecido el impuesto y están evaluando los resultados. Al momento de escribir estas líneas parece que nuestros egregios “Padres de la Patria” no han considerado siquiera la posibilidad de incluir el tema en los debates de la reforma tributaria. Y deberían ser los primeros en preocuparse sobre el asunto del azúcar, teniendo en cuenta el alto contenido de ésta en la mermelada. Parece importarles poco la posibilidad de reducir con medidas de este tipo los casos de diabetes (15.000 casos menos en cinco años, según cálculos del Minsalud), salvar más de 600 vidas en el mismo período y ahorrarle al sistema de salud más de 200.000 millones de pesos.
Es obvio que la solución del problema de la obesidad debe incluir aspectos quizá más importantes que una simple medida tributaria. La educación de la población, especialmente la de los jóvenes, constituye tal vez la mejor manera de prevenir el problema. Además de las políticas fiscales para mejorar la alimentación y prevenir la ocurrencia de enfermedades no transmisibles, la OMS recomienda considerar la aplicación de medidas como la subvención a las frutas y hortalizas frescas, buscando la disminución de su precio y el consecuente aumento en su consumo. Las autoridades colombianas deberían analizar la posibilidad de aumentar los requisitos de contenido mínimo de fruta en los néctares y refrescos de frutas, mejorando así la calidad de la alimentación y disminuyendo la cantidad consumida de otras bebidas azucaradas como las gaseosas. De paso, la medida contribuiría a mejorar la situación de nuestros productores de frutas, los cuales se enfrentan frecuentemente a la baja de precios en condiciones de sobre-oferta de sus productos.
Como ven, el tema tiene tanto de largo como de ancho. Mientras tanto, me despido por este año de mis amables lectores con mis mejores deseos por una dulce Navidad. Como todos los años, la nuestra augura un alto consumo de azúcar, no por el aguardiente, sino por el exquisito “manjarblanco” que prepara mi suegra en Zarzal.