Por: Jorge Enrrique Roldan M.
Gerente general de Creagro
Jorgeenriqueroldan@gmail.com
El agua está indisolublemente ligada a la agricultura y a la civilización. Desde los tiempos más antiguos, todas las culturas se han desarrollado alrededor del agua. El presente y futuro de nuestras sociedades dependen de la forma en que sepamos resolver los problemas asociados al abastecimiento suficiente y oportuno del agua, a su escasez y desigual distribución y a la contaminación de los mantos freáticos y de las aguas superficiales.
Del total del volumen de agua en el mundo, solo el 1% es agua dulce. La agricultura es el sector que consume la mayor cantidad de esta agua, aproximadamente un 70% de toda el agua utilizada en el mundo. Sin embargo, el aumento poblacional, la urbanización, la expansión de la agricultura, la deforestación, las malas prácticas agrícolas y la contaminación de las fuentes hídricas han hecho que el agua dulce, en general, y el agua agrícola, en particular, sean un bien cada vez más escaso y demandado (se calcula que la demanda aumentará en un 14% en los próximos treinta años), por lo que se ha convertido en un asunto estratégico para la seguridad alimentaria.
La escasez de agua será cada vez mayor, lo que limitará la producción de alimentos. Por tal razón es tan importante aprender a utilizarla de manera eficiente. A lo largo de las últimas décadas ha ido disminuyendo paulatinamente su disponibilidad, debido al crecimiento de la población, a la mala utilización de ella y a la desigual distribución de los recursos hídricos. A esto se suma la contaminación y la sobreexplotación de los mantos freáticos que ha agravado la disminución de los recursos acuíferos. Este problema de la escasez creciente y el mal aprovechamiento del agua dulce es un asunto estratégico para la seguridad alimentaria que nos compete a todos y se ha convertido en el principal problema para la humanidad desde finales del siglo XX, pues la falta del agua puede tener efectos devastadores sobre las economías y poner en peligro el bienestar de poblaciones enteras.
A lo anterior se suma el cambio climático que altera los ciclos hidrológicos y vuelve al agua más impredecible, siendo la agricultura uno de los sectores más vulnerables, ya que los cambios en los patrones y la intensidad de las lluvias, las sequías e inundaciones impactan significativamente en la producción agrícola. Por ello se requiere un manejo integrado de los recursos hídricos, con el fin de incrementar el bienestar económico y social de manera más equitativa y sustentable (IICA 2014:32).
El cambio climático afecta directamente tanto al agua como a sus usos. Las medidas para mitigarlo se han concentrado en la reducción del consumo de energía y de las emisiones de carbono, mientras que la adaptación implica la planeación y preparación para la creciente variabilidad hidrológica y fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, sequías y tormentas.
Es bueno recordar que en los últimos 50 años la tasa de captación de aguas subterráneas se ha triplicado y que muchos de estos recursos no son renovables. En varias regiones la explotación de ellos ha llegado a sus límites, y nos plantea el reto de una captación sostenible a través de una gestión adecuada de los recursos hídricos.
Además de utilizar prácticas más eficientes de riego, con el fin de lograr un ahorro sustancial del líquido, se debe incorporar el uso de fertilizantes de silicio (solubles y asimilables) para disminuir la pérdida de agua de los cultivos y ahorrar hasta un 25% del recurso. Este hecho debe despertar el interés de los agricultores y de las áreas de innovación y desarrollo para ser sostenibles en el tiempo.