Por: Angélica María Pardo López
Sin duda una de las mejores tecnologías con las que alguna vez ha contado la humanidad es el Internet. El Internet nos permite un grado de comunicación sin precedentes y rompe muchas de las barreras que hasta hace pocos años existían con respecto al acceso a la información y la auto educación. Además, permite optimizar muchos procesos como, por ejemplo, el transporte o los pagos.
En general, el Internet hace nuestra vida más cómoda y eficiente. Sin embargo, también tiene ciertas características que debemos conocer y frente a las cuales debemos actuar. De otro modo, en lugar de ser la herramienta que todos queremos y debemos tener a disposición, puede resultar siendo un instrumento para controlarnos y manipularnos. A continuación, voy a mostrar a los lectores algunos ejemplos de ello:
Hace pocos años un hombre casado aprovechó la usencia de su esposa para pasar un día en la playa con su amante. La playa ese día estaba bastante concurrida. Alguien entre los cientos de personas que allí se encontraban tomó una foto panorámica en la que capturó a los amantes inicialmente mencionados. Aquel día pasó, el hombre y la muchacha se separaron y la vida siguió transcurriendo normalmente. Meses después, la esposa del hombre navegaba en Internet y tuvo la idea de buscar por Google el nombre de su marido, para ver qué resultados arrojaba la máquina. Pues bien, uno de los resultados de la pestaña “imágenes” incluía la foto panorámica que algún desconocido había tomado antaño y que registraba, de lejos aunque con buena resolución, al hombre con su amante. Como podrán imaginarse, por esta situación sobrevino el divorcio. Lo interesante de esto, sin embargo, no es el hecho de que existiera la foto, sino que ella había sido etiquetada automáticamente con el nombre del marido a partir de un algoritmo de reconocimiento facial que opera por defecto. Sin la cantidad de información y fotos que día a día subimos voluntariamente a plataformas como Facebook e Instagram esta historia no habría podido suceder, pues el reconocimiento facial no funciona si no hay material con el que comparar.
La segunda anécdota es más conocida que esta. Cuando los ingleses se debatían entre si salir o no salir de la Unión Europea hubo un jugador con el que nadie contaba y que, según dicen los expertos, tuvo un papel determinante en la inclinación positiva del pueblo por el llamado Brexit: la empresa Cambridge Analytica. Lo que pasó con esta compañía fue que logró filtrar millones de perfiles de usuarios de Facebook que estaban en capacidad de votar. Con esta información en la mano, construyó un perfil psicológico de cada uno de los usuarios y encontró la forma de hacerles llegar información (en forma de imágenes, videos y textos) que, de acuerdo con las características de la personalidad de cada quien, pudiera hacerlo cambiar de opinión o afianzar la misma en el sentido de votar por la separación del país del bloque europeo. Si Facebook no contuviera tanta información de nosotros (preferencias, opiniones, amigos y enemigos y toda otra clase de datos personales), esta historia tampoco habría podido suceder y probablemente el Reino Unido aún sería parte de la Unión Europea.
La tercera, más que una anécdota es una práctica empresarial ya bastante común y conocida. Se trata de la vigilancia de redes sociales que las compañías hacen con el propósito de filtrar a los candidatos que aspiran a obtener puestos en ellas. Lo que usted postea en Facebook, Twitter o cualquier otra red social podría estar generando que un empleador lo descarte.
Como vemos, los tres escenarios reflejan algo con lo que todos debemos tener mucho cuidado: nuestra huella digital. Sin la gran cantidad de información que irreflexivamente damos a los gigantes tecnológicos, estos casos de control y manipulación no serían posibles o, al menos, se dificultarían mucho más. La información que sobre nosotros circula debe ser la información que nosotros queremos que circule.
Se trata, en los tres casos, de información que está fuera del control de su titular. Por esa razón, hay vulneraciones a la privacidad que terminan traduciéndose en limitaciones a la libertad (a la libertad de hacer con la vida privada lo que uno quiera -siempre que sea lícito- sin que nadie lo observe -caso de los amantes-; a la capacidad de votar libremente y sin ser objeto de manipulación -caso Cambridge Analytica-; y a la libertad de buscar trabajo sin que el haber manifestado opiniones personales o políticas tenga incidencia en las opciones de obtenerlo).
Para cerrar este apunte filosófico no me queda más que preguntarle: ¿Cuál es su huella digital y cómo puede ser usada en su contra?