Por: Angélica María Pardo López
Como bien lo hemos dicho en múltiples de los anteriores apuntes, el excesivo consumo es una de las cosas que nos ha llevado a la desesperada situación ambiental en la que nos encontramos. Y dentro de este excesivo consumo, es especialmente perjudicial el de bienes de un solo uso, es decir, cosas que compramos y muy poco tiempo después desechamos.
La mayor parte de bienes de un solo uso está hecha de plástico. En general, se trata de empaques, aunque hay muchas otras cosas que hacen parte de esta categoría, como por ejemplo, los platos, cubiertos, pitillos y demás utensilios desechables.
Los bienes de un solo uso constituyen un importante agente contaminante. Primero, porque emplean mucha energía en su producción y distribución; segundo, porque son raramente reciclados; y por último, porque tarde o temprano terminan llegando a las fuentes de agua. De está situación dan fe el hecho de que se espera que dentro de muy pocos años el océano albergue una mayor cantidad de plástico que de peces y muchas otras desalentadoras noticias.
Las bolsas plásticas son el primer bien de un solo uso respecto del cual hay restricciones en casi todas las partes del mundo. En algunos países están prohibidas, en otros países están permitidas siempre y cuando se cobre por ellas, y en otros, como en Colombia, están permitidas pero pesa sobre ellas un gravamen. Mucha pedagogía se ha tratado de hacer a propósito de este problema, pero lo cierto es que en sociedades tan altamente materialistas como la nuestra, las medidas de tipo económico son las que tienen mayor éxito.
Pues bien, en este apunte me gustaría plantear algunas medidas, también de tipo económico, que podrían tener impacto en el consumo de este tipo de bienes.
Imagine usted que está en uno de los conocidos almacenes de comida. Usted se dispone a comprar, digamos, una hamburguesa y una gaseosa. Cuando usted recibe su pedido, recibe muchas más cosas de las que ha ordenado. Le dan un vaso desechable que además trae una inútil tapa de plástico. También le dan pitillo, servilletas, y probablemente varios sobres de salsa de tomate o mayonesa. La hamburguesa viene envuelta en una especie de papel plastificado y dispuesta dentro de una cajita de cartón. La bandeja, en la cual le entregan esta gran cantidad de envoltorio y poca comida, tiene además un papelito que hace las veces de ‘individual’. Y, lógicamente, usted está pagando por todas estas cosas sin que nadie le haya preguntado si las quiere o no. Ahora, si usted manifiesta que no quiere, por ejemplo, el pitillo y los sobres de salsa de tomate, esta decisión no tiene ningún efecto sobre el precio. En cambio, si usted quiere un insignificante aumento en la ración de queso que contiene su hamburguesa, eso sí que tiene consecuencias en el precio que usted va a pagar. Esto quiere decir que el almacén ostenta una posición de poder en la que gana cualquiera que sea nuestra decisión de consumo. Esto es injusto. Es injusto y tiene graves consecuencias sobre el medio ambiente.
Si, por el contrario, se nos permitiera elegir qué de todo esto queremos adquirir, desperdiciaríamos mucho menos y ahorraríamos mucho más. ¿Quién, conscientemente, pagaría por un pitillo, por la caja de la hamburguesa o por el dichoso individual de la bandeja? No necesitamos todo eso y lo pagamos solo porque no podemos elegir, porque nos lo dan todo junto. Es más, podría apostar que si se cobrara explícitamente el vaso de la gaseosa, muchos llevarían su propio vaso para evitar pagar. Por lo menos, yo lo haría, así como llevo al supermercado bolsas de tela para evitar pagar las de plástico.
Piense en los vuelos de bajo costo. Antes de que los vuelos de bajo costo existieran, las aerolíneas nos obligaban a comprar cosas que, posiblemente, no queríamos. Con la nueva modalidad es posible pagar un precio mucho menor por el viaje en sí mismo y, adicionalmente, pagar ciertos servicios en la medida en que cada uno los necesite, como el espacio de almacenamiento de equipaje en bodega, el servicio de catering, el seguro de pérdida del equipaje, etc. Ciertamente, las aerolíneas de bajo costo han permitido que muchas más personas puedan viajar en avión. Esta lógica, poco más o menos, es la que propongo que se amplíe en otras áreas del comercio.
Iniciativas como el impuesto a la bolsa de plástico han tenido enorme éxito. Toneladas de plástico han dejado de llegar a los rellenos sanitarios por cuenta de esa medida. Hay otras cosas que podemos hacer, solo necesitamos un poco de imaginación y coordinación. No hay que dejar que el entendimiento de la gravedad de la situación ecológica de la Tierra nos paralice. Debemos pensar y hacer algo ya. ¿Qué opina usted? ¿Tiene alguna idea?