Por: Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Consultor Independiente – Cali, Valle del Cauca.
Cuando tenía diez u once años, en una reunión con un grupo de amigos y colegas, alguien le preguntó a mi hijo mayor qué quería ser cuando grande. Con la espontaneidad que caracteriza a los niños respondió: “Cualquier cosa diferente a agrónomo, como lo es mi papá; voy a escoger una carrera que dé plata”. La carcajada fue general y ninguno de los presentes pudo refutar el argumento. Mi comentario en aquel momento fue que era cierto, que yo no conocía ningún colega rico, pero sí le podía garantizar que los agrónomos, hiciéramos lo que hiciéramos, siempre la pasábamos muy rico. A propósito, el grupo en el que estábamos, trabajaba en un proyecto de producción de follajes para bouquets y hierbas aromáticas, el cual se llevó a cabo, desafortunadamente sin los resultados económicos esperados, pero, eso sí, con las ganancias que significan las experiencias de vida con los amigos. Finalmente, mi hijo se decidió por las finanzas internacionales en una universidad en Fráncfort.
Mirando en retrospectiva, puedo decir que mi carrera ha sido muy divertida desde que inicié los estudios en la Universidad Nacional en Bogotá. Mi encuentro con compañeros de todos los rincones del país, de diferentes estratos socio-económicos, fue muy enriquecedor. Rápidamente y de forma natural nos organizamos en diferentes grupos, más por la afinidad percibida en el contacto inicial que por los intereses que pudiéramos tener cada uno. No me equivoqué en mi elección, quedando ubicado más o menos en la mitad entre los más juiciosos y los más “vagos”. Probablemente otros dirán que éramos nosotros los de la escala más baja en cuanto a aplicación. En cualquier caso, creo que logramos el balance adecuado entre estudio y diversión. En ese entonces se conocía a los estudiantes de los diferentes semestres con un nombre que correspondía a las características del grupo más representativo de cada uno, por ejemplo, los “cocteleros”, los “caballos”, los “micos”, los “ratones”, los “cañerías”, los “payasos” y los “quesos” (les dejo la tarea de averiguar el nuestro). Guardo los mejores recuerdos de las salidas de campo, casi siempre matizadas con deliciosos jolgorios nocturnos seguidos de inolvidables “guayabos” durante las prácticas de campo del día siguiente.
Mis primeros años como agrónomo de flores fueron igualmente gratificantes, gracias a la fortuna de ingresar al grupo Floramérica, una de las empresas pioneras y líderes del sector. Obviamente, la balanza trabajo – diversión se inclinó más hacia el primero, pero siempre en un ambiente de camaradería y amistad que hacían que las duras jornadas de trabajo transcurrieran agradablemente, a pesar del estrés que conlleva la responsabilidad de un proceso de producción tan exigente como el de las flores.
Durante mi paso por la industria de agroquímicos, AgrEvo en ese momento, tuve la oportunidad de ampliar mi círculo de amigos, conociendo colegas de otras empresas, de los cuales aprendí muchas cosas y con los cuales también gozamos de gratos momentos de intercambio profesional y personal. Fueron los años gloriosos de nuestra Asociación de Agrónomos de la Floricultura – ACOPAFLOR, tristemente desaparecida. Participé en la fundación de la cooperativa desde la redacción de los estatutos, haciendo parte del grupo que tuvo, entre otras, la responsabilidad de proponer su nombre. Alguno de los participantes bromeó con que la parte de “COPA”, en el nombre, era muy afín a la característica afición a “levantar el codo” que tenemos los agrónomos (o teníamos por aquella época).
Posteriormente, en mi paso por ASOCOLFLORES y luego por APHIS-USDA, tuve que comportarme mejor, debido a la formalidad de los cargos que desempeñé, pero siempre hubo lugar también para hacer amigos y pasar agradables momentos de integración.
Mis años más recientes de ejercicio profesional me llevaron al Valle del Cauca. Las experiencias como agrónomo han sido también muy gratificantes y de mucho aprendizaje. Sin embargo, no he tenido la oportunidad de formar un grupo de amigos, como los que dejé en Bogotá y los que se encuentran en otras ciudades o países, a quienes desde acá les envío un afectuoso saludo. A pesar de eso,”lo bailao y lo gozao” no me lo quita nadie.