El pasado 19 de junio el pueblo decidió en las urnas quién será, a partir del próximo 7 de agosto, nuestro nuevo presidente. Destacables la masiva participación de la jornada y la calma general en la que se desenvolvió. También es destacable, por supuesto, la candidatura de Rodolfo Hernández, que siendo una figura bastante nueva en la política colombiana, logró una votación nada despreciable. El candidato perdedor, así como la que de ahora en adelante será la oposición, aceptó la victoria de Gustavo Petro con respeto y de forma honorable.
Todos los anteriores puntos, estimados lectores, son buenas señas para una democracia.
Sé que muchos están preocupados por el cambio que representa esta elección. Sin embargo, tengo la seguridad de que hay razones para mantenernos positivos.
Hay que valorar, por ejemplo, que el candidato ganador tuvo éxito en las urnas gracias a varias alianzas que estableció con corrientes políticas diferentes a la tradicional izquierda, de la que ha sido abanderado durante tantos años. Esto significa que le será imposible llegar a hacer su mera voluntad, pues necesitará contar con quienes lo apoyaron. Una alianza estratégica para llegar al poder puede, a la postre, convertirse en una talanquera para quien quiera hacer las cosas simplemente a su manera. Claramente, esto también es positivo en la democracia.
Por otra parte, no debemos olvidar que el Congreso quedó bastante bien repartido entre las distintas fuerzas políticas. Diez partidos políticos lograron escaños en el Congreso, siendo cinco de ellos los más representativos. Entre estos cinco, las curules quedaron repartidas casi en cinco partes iguales, lo cual indica que ningún partido, ni siquiera el de gobierno, tiene garantizada la mayoría en las votaciones de los proyectos de ley. Esta es una garantía más para la estabilidad de nuestro sistema.
Por último, es innegable que Gustavo Petro tiene experiencia en la política y las diferentes instituciones de nuestro país, lo cual tiene gran peso pues es alguien que sin duda sabe en qué bus se montó.
Independientemente de la persona por la que cada uno de nosotros haya votado, creo que todos tenemos algo en común: queremos el bien para nuestro país. A todos nos conviene que el nuevo presidente tenga un buen desempeño y dé resultados satisfactorios. Por lo tanto, aunque algunos sintamos diferencias profundas con el nuevo presidente, no nos queda más que desearle buena suerte, que no se defrauden quienes depositaron en él su confianza y que su gestión se merezca la confianza de quienes votaron por otros candidatos.