Por: Camilo W. Echeverri Erk
Ingeniero agrónomo y consultor independiente, Cali – Colombia
En estos tiempos de proceso de paz con las guerrillas, plebiscito, post-conflicto y premio Nobel de paz se habla mucho de la importancia de terminar con el conflicto que por décadas ha azotado el campo colombiano.
Me parece, sin embargo, que hay que hablar también de la violencia “desarmada”, propia de los habitantes de las ciudades, especialmente los de las grandes e intermedias, la cual se manifiesta, por ejemplo, en la actitud agresiva al conducir un vehículo, en el no dejar salir los pasajeros que quieren bajarse del “Transmilenio” en Bogotá o del “Mío” en Cali (por mencionar solo dos ejemplos), en no respetar las colas y hacer caso omiso de las señales de tránsito, entre otras.
Hace ocho años emigré de Bogotá con destino Cali y una de las cosas que más me sorprendió de esta ciudad era lo rápido que fluía el tráfico y la poca ocurrencia de trancones (en valluno “trancas”). Claro que ninguna ciudad colombiana se puede comparar con la caótica Bogotá, en lo que al tráfico vehicular se refiere. De un tiempo para acá la situación en Cali ha cambiado dramáticamente. Cada vez hay más automóviles y motos en la misma malla vial, lo que se traduce en grandes congestiones, frecuentes accidentes y mal humor de los ciudadanos. Suelo observar con frecuencia a los conductores que esperan el cambio del semáforo y me encuentro con caras de profunda molestia y hasta angustia. Me pregunto cómo se sentirá una persona sentada al frente del volante de un BMW o Porsche último modelo (cito solamente dos marcas que están cercanas a mi corazón mitad germano) al verse sumida en un embotellamiento que no le permite disfrutar de las características de esas poderosas máquinas. Yo, en cambio, espero pacientemente, sentado en mi campero Lada modelo 1993, el cual con dificultad alcanza los 90 kilómetros por hora, amenazando con desbaratarse a tan altas velocidades. No en vano se ganó el nombre de “Barón Rojo”, en honor al avezado piloto de la primera guerra mundial, también teutón, Manfred von Richthofen.
El estrés que conlleva conducir en estas ciudades se refleja en una permanente actitud agresiva de los conductores, la cual se manifiesta en no ceder el paso, “cerrar” a los demás vehículos, el consabido “madrazo” o toda suerte de gestos que le recuerdan a los otros conductores que son unos trogloditas al volante, aunque a veces el que los utiliza haya sido el que cometió la falta.
Últimamente me he propuesto practicar la “no violencia” cuando estoy al volante y les cuento que funciona. Recientemente le cerré involuntariamente el paso a un motociclista, el cual rápidamente me alcanzó para descargar toda su furia sobre mí (y de pronto también el proveedor de su pistola, si la traía); antes de que pudiera proferir algún improperio, bajé el vidrio y le ofrecí disculpas por mi acción. Increíblemente, su cara se transformó, pasando de la expresión de ira que alcancé a ver por el retrovisor a una pacífica sonrisa de aceptación de mis disculpas.
Me alegré mucho hace algunos días que me subí a un taxi con aire acondicionado y un chofer de aspecto relajado y amable. Me preguntó si quería que tomara alguna ruta en particular, a lo que le respondí que escogiera la que considerara más conveniente. Sorprendido pensé a qué se podía atribuir una actitud tan tranquila. Además de la comodidad que confiere el aire acondicionado en un clima como el de Cali (muy pocos taxis lo utilizan) me llamó la atención que tuviera sintonizado su radio en una emisora que descubrí hace poco, la cual transmite música variada, prácticamente sin comerciales. Para iniciar conversación le dije que la emisora era una de mis preferidas y que en un oficio tan estresante como el de taxista el conducir a una temperatura confortable y escuchar buena música debía ayudarle a hacerle frente a su jornada diaria con una actitud más positiva. Hablamos de la agresividad de los conductores y me llamó la atención que dijera que también solía practicar la “no violencia”, la cual le daba muy buenos resultados. Me refirió una situación parecida a la que me ocurrió, en su caso con un motociclista que le rayó un costado de su carro por conducir imprudentemente. “Tras de ladrón bufón”, el tipo le recordó a su progenitora y se alejó rápidamente, “culebreando” entre la fila de carros. En el siguiente semáforo el pacífico taxista lo alcanzó y, en vez de devolverle el “madrazo” elevado al cuadrado, le habló tranquilamente haciéndole caer en cuenta su error. No recibió una compensación económica por el daño causado a su vehículo, pero, me dijo, “evité que la situación pasara a mayores y que se me dañara el resto del día”.
Actitudes y acciones como ésta me hacen recordar la eficacia de la campaña del exalcalde Mockus para fomentar la cultura ciudadana en Bogotá hace algunos años, cuando nos entregaron a los conductores una tarjeta con dos caras, una verde con un pulgar señalando hacia arriba para felicitar a otro conductor por su buen comportamiento y otra roja con el pulgar hacia abajo para manifestar desaprobación. Lastimosamente, parece que parte de este civismo se perdió por la falta de continuidad en aplicar esta sencilla pero efectiva estrategia de paz.