Por: Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Cali, Valle del Cauca
Llegó nuevamente la época navideña – “este año se fue volando”, como dicen las señoras – y con ella las ya conocidas recomendaciones de seguridad como evitar el retiro de dinero en cajeros automáticos, prestar especial atención a los objetos personales como carteras y celulares, dejar bien cerradas las puertas y ventanas si se sale de vacaciones, entre otras muchas, a las cuales, tal vez por repetitivas, con frecuencia no les “paramos ni cinco de bolas”.
Es triste que, en esta temporada del año, que debe ser de paz y armonía, no podamos tener la tranquilidad para disfrutarla, porque tenemos que cuidarnos de los amigos de lo ajeno, los cuales se la pasaron “trabajando” durante todo el año, preparando toda clase de artimañas para robar al prójimo, a través de engaños cada vez más ingeniosos. “Medio mundo vive del otro medio” dicen por ahí. Últimamente me parece que en Colombia esa mitad que corresponde a los malos ha sido superada con creces. Obviamente, estoy incluyendo no solo a los pequeños delincuentes sino a los ladrones de cuello blanco que están tan de moda en nuestro país por estos días.
Volviendo a los ladrones de poca monta, es increíble la creatividad que muestran al momento de realizar sus fechorías (“¡caramba, qué coincidencia!” – con los de cuello blanco – dirían Les Luthiers). Hace algunos meses asistí a una charla de seguridad, dictada por un oficial del GAULA de la policía nacional, en la cual se describían las más modernas técnicas de robo. Hasta dónde hemos llegado que tenemos que invertir nuestro tiempo en charlas sobre atracadores, pudiendo utilizarlo en cosas más edificantes como leyendo un libro, viendo una buena película o compartiendo tiempo con la familia. Relataba el mencionado oficial, por ejemplo, el caso del supuesto sobrino que llama a su tío y le dice que fue detenido por un policía de tránsito por causar un accidente con heridos pero que el agente está dispuesto a dejarlo ir, a cambio de una suma de dinero que se le debe hacer llegar a la mayor brevedad, mediante un giro. O la situación en la que una persona se acerca a un grupo de gente que está sentada en una cafetería y pide que le presten el celular porque le robaron el suyo y necesita comunicarse urgentemente con su familia para que lo auxilien. Previamente, la supuesta víctima del robo, la cual se convierte en victimario, ha estado observando a su “presa” y hasta escuchando parte de su conversación, para luego llamar a los familiares de ésta, a través de su teléfono, para informarles que se trata de un secuestro, dándole a éstos información sobre el “secuestrado” que hace creíble todo el montaje.
Existen una infinidad de maneras de tumbar a los incautos, pero quiero destacar una que sufrimos en nuestro propio pellejo, a la cual le puse el nombre de “el cambiazo”:
Viajábamos con mi esposa por carretera de Cali a Popayán y paramos en la cafetería de una bomba ubicada en Santander de Quilichao, en el departamento del Cauca. Mientras nos tomábamos un tinto, se parqueó un automóvil al lado del nuestro, bajándose de éste, dos señores, una señora y una niña. Uno de los señores parecía tener problemas con la activación de la alarma del vehículo, por lo cual abría y cerraba la puerta, accionando repetidamente el control. La situación no nos pareció sospechosa en ese momento, máxime tratándose de una supuesta familia de viajeros. Cuando íbamos a salir del restaurante, nuestro vehículo no encendió, lo cual me pareció raro porque minutos antes estaba funcionando normalmente. Me bajé a hacer lo que uno normalmente hace en esos casos – abrir el capó para no encontrar usualmente nada qué arreglar -, especialmente si se trata de un vehículo moderno, al cual ya no se le puede quitar el purificador de aire y la tapa del carburador para ver si le está “llegando” gasolina o la tapa del distribuidor de corriente para revisar la escobilla y los platinos. Viéndome la cara de circunstancia, o mejor, “viéndome la cara”, se me acercaron los dos caballeros recién llegados para ofrecerme ayuda. Me dijeron que estaban escoltando un camión y que tenían conocimientos de mecánica. Con algo de desconfianza les permití que le metieran mano al motor, desconectando la manguera de alimentación de gasolina del sistema de inyección y mostrándome que el problema era ocasionado por la bomba de gasolina, la cual no estaba haciendo su trabajo. Para acortar el cuento, terminaron cambiándome con gran habilidad la bomba de gasolina por una que supuestamente llevaban como repuesto, ya que viajaban en un vehículo de la misma marca que el nuestro. Además de pagarles con creces la bomba y sus valiosos servicios, les regalamos unas uvas que llevábamos, por lo cual nos agradecieron mucho y nos despidieron con el consabido “Dios los bendiga”. Cuando arrancamos, nos quedamos mirando con mi esposa y dijimos como en Sábados Felices: “como que nos tumbaron, Echeverry” (aclaro que ese Echeverry era con “y”, no con “i”, como el mío). Desenredando la madeja, llegamos a la conclusión que los tipos habían bloqueado de alguna manera con su control de alarma el computador de nuestro carro, haciendo parecer así que la bomba de gasolina no estaba funcionando. Dicho sea de paso, la bomba “nueva” funcionó divinamente durante varios años más y aún me pregunto dónde irá la que nos cambiaron.
Recordando el famoso “paquete chileno” que fue tan mentado hace tiempos en Colombia, en este caso nos metieron el “paquete colombiano”. Les dejo a los lectores más jóvenes la tarea de averiguar el origen de esta expresión.
Felices fiestas y ojalá no se dejen sorprender por los cacos.