Por: Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Cali, Valle del Cauca.

 

Un artículo aparecido recientemente en el periódico El Tiempo me llamó mucho la atención, ya que hablaba de integrantes de una secta religiosa, los menonitas, que estaban comprando grandes extensiones de tierra en el departamento del Meta, con miras a establecer colonias agrícolas. Me interesó el tema por la inusual conexión que existe, al menos en Colombia, entre movimientos religiosos y explotaciones agrícolas. En el artículo se hacía referencia a la adquisición de más de 17.000 hectáreas por valor de 64.000 millones de pesos, a 90 kilómetros de Puerto Gaitán, con el fin de constituir tres mega-fincas para desarrollar proyectos productivos. Los compradores son alrededor de 300 personas pertenecientes a esta secta religiosa, cristiana y pacífica, originada en Europa en el siglo XVI por los movimientos protestantes de la llamada Reforma que dieron lugar a la ruptura con la iglesia católica.

Buscando información sobre los menonitas, encontré que deben su nombre a Menno Simons (1496 – 1591), uno de los líderes del protestantismo en Frisia (hoy Países Bajos), quien, a pesar de ser un sacerdote católico, decidió romper con esa iglesia y unirse a los anabaptistas pacifistas para rechazar la autoridad de los príncipes y las jerarquías católicas reformadas. Son llamados “anabaptistas” porque no reconocen la necesidad del bautismo para los niños sino solo para los adultos, ya que consideran que los niños no lo requieren, porque llegan protegidos “de fábrica”. Además, sostienen, con mucha razón, que solo los adultos tienen la capacidad para decidir si están dispuestos a adquirir un compromiso con la iglesia. Como comentario al margen, a mis hermanos y a mí nos dejaron sin bautismo, tal vez por la misma razón (mi madre era alemana protestante y mi padre ateo), y así nos quedamos. En el caso de mis hermanas fue diferente, ya que mi abuela paterna, una matrona paisa ultra-católica, les exigió a mis padres que al menos las mujeres debían ser bautizadas. Así lo hicieron y, dicho sea de paso, hasta ahora no hemos notado la diferencia.

Retornando con los menonitas, éstos fueron perseguidos en Europa occidental, siendo desplazados hacia Europa Oriental (Rusia y Ucrania), de donde pasaron a Canadá, Estados Unidos, México y Suramérica. En el mundo hay alrededor de 1.5 millones de miembros, congregados en colonias que buscan sitios para establecerse, en los cuales se acepten sus prácticas y no haya ninguna interferencia del estado y la sociedad. En Suramérica ya se han establecido en Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia, y ahora en Colombia. Hablan “Deitsch”, un antiguo dialecto alemán y se caracterizan por una forma modesta y pacífica de convivencia. Los que llegaron a nuestro país pertenecen a una rama menos conservadora, la cual les permite a sus seguidores movilizarse en automóvil y ver televisión, privilegios de los que no gozan los pertenecientes a la línea más ortodoxa.

Volviendo al artículo en cuestión, se menciona que estas tres colonias han efectuado importaciones de maquinaria agrícola y maquinaria pesada para obras de infraestructura por cerca de 2.5 millones de dólares, principalmente de Estados Unidos, Canadá, Japón y México.  Ya han establecido cultivos de arroz y maíz, algo artesanales, según el periodista, y están en acercamientos con una gran industria productora de cerdos que funciona en la misma región, para cultivar grandes extensiones de soya destinadas a la producción de alimentos concentrados. También planean incursionar en la ganadería para producción de leche. El 60 % del área de las fincas es dedicado a los cultivos, mientras el 40 % restante se reserva para las casas de habitación, la escuela y la iglesia.

Uno se hace la pregunta de por qué estas colonias, provenientes de México, buscan establecerse en una región completamente abandonada por el estado hasta hace poco, la cual fue fortín de las autodefensas durante muchos años, teniendo seguramente el capital para hacerse a tierras de mejor calidad y ubicación para sus propósitos. La respuesta está muy seguramente en que quieren estar lo más aislados que sea posible de la sociedad y el estado colombiano para poder vivir de acuerdo con sus preceptos, sin interferencias externas. Obviamente, también son conscientes de la importancia estratégica que tiene esa región hoy en día.

La “Colombia productiva” nunca había mirado hacia esas regiones por su lejanía y sus condiciones poco propicias para la agricultura. Recuerdo que, en una de las prácticas de agronomía en la Universidad Nacional, por allá en los años ochenta, nos llevaron hasta Puerto Gaitán. Llegamos en los buses de la universidad, ni siquiera por carreteables, sino “sabaneando” por las trochas al mejor estilo llanero. Creo que ninguno de los futuros ingenieros agrónomos que estuvimos en esa visita pensó en ese momento siquiera en la posibilidad de que esa región, ubicada “en medio de la nada”, pudiera tener algún potencial agrícola. Los menonitas, en cambio, quienes tuvieron que emigrar de México por falta de agua, manifiestan estar dichosas en los territorios recientemente “descubiertos” porque, según las palabras de algunos de sus miembros, “aquí hay agua y buena tierra y es muy lindo, y llegamos para quedarnos”. No menos sorprendente es que trescientas personas se puedan poner de acuerdo para convivir y producir conjuntamente, organizados en tres granjas. ¿Será que vamos a tener que resignarnos a que muchas de las grandes iniciativas de inversión en Colombia tengan que ser lideradas por extranjeros?