Por: I.A Guillermo Cruz
Especialista Patología Vegetal
Los movimientos físicos dentro de la planta se generan gracias a los movimientos internos generados por procesos biológicos que facilitan el movimiento de solutos, agua, nutrientes y, desde luego, compuestos químicos que pongamos dentro de ella.
Cuando se generan cambios en el medio ambiente que producen condiciones de favorabilidad se estimula el inicio de procesos reproductivos de estructuras de patógenos dándoles la posibilidad de que cambien de fases iniciales reproductivas a fases de crecimiento y desarrollo vegetativo dentro y fuera de la planta.
El desarrollo de procesos biológicos dentro de las estructuras vivas del hongo y la interacción con los cambios en las condiciones medioambientales circundantes a estas estructuras generan procesos metabólicos internos en ellas mediante los cuales adquieren facultades de producir toxinas que desarrollan procesos irreversibles de deterioro en los tejidos vegetales, convertidos en infecciones, las cuales en su avance generan el desarrollo de las enfermedades en las plantas.
Dependiendo del tipo de proceso infectivo que se genere en la planta, puede ser de avance externo, donde el hongo infecta el área foliar o las estructuras vegetativas y reproductivas de la planta incluyendo las raíces. Las infecciones vasculares causadas por hongos que infectan los tejidos internos de la planta de adentro hacia afuera cuando muestran síntomas ya están afectados y deteriorados.
Igual que son diferentes las vías a través de las cuales los hongos tienen la capacidad de infectar las plantas, de esa misma manera varía la sensibilidad de estos patógenos a las moléculas fungicidas para afectar los procesos de desarrollo tanto reproductivo inicial, vegetativo posterior y reinfectivo final, para poder afectar su dinámica poblacional, ser controlados y poder detener el avance de la enfermedad.
La sensibilidad de un hongo de infección externa la determina la afección sobre las estructuras reproductivas iniciales pre-infectivas, como son las esporas y el tubo germinativo hasta la formación de los apresorios, fases anteriores a la formación del micelio verdadero del hongo. De igual manera las esporulaciones post-infectivas que generan una reinfección en la planta.
Para el caso de los hongos de infección interna o vascular, son las estructuras verdaderas de micelio patogénico las que determinan su sensibilidad a los tratamientos fungicidas para detener el avance interno de la enfermedad y los daños internos a las estructuras de la planta.
Es aquí donde se genera la eficiencia y eficacia de una molécula fungicida cuando se implementan los planes de manejo y control de enfermedades, puesto que dependiendo del Modo de Movimiento (MoA) y del comportamiento biológico en la planta de la molécula que se está manejando, generado por las fases fisiológicas de la molécula en la superficie foliar y dentro de la planta, de esa misma manera se puede afectar la dinámica poblacional del patógeno y así controlar el desarrollo y avance de la enfermedad.
La asertividad en la selección de la molécula fungicida determina entonces la efectividad en el control químico de la enfermedad ya que el Modo a través del cual se mueva (MoA) la molécula en la planta, la fase de adherencia, los sitios y tiempos de penetración, las fases de absorción y asimilación, así como las fases de degradación que definen su residualidad, son factores determinantes en la eficacia de los fungicidas sobre el control de la enfermedad.
En todo este proceso, como siempre, es ese ser maravilloso llamado planta, la que facilita que se generen todos estos procesos tanto físicos como biológicos, que si bien es cierto les permite a los patógenos reproducirse y generar procesos infectivos en ella, también les brinda la posibilidad a las moléculas fungicidas de moverse fuera y dentro de ella para que al confluir el avance de la enfermedad con el movimiento físico del fungicida en los tejidos vegetales se afecten las estructuras del patógeno y se afecte la dinámica poblacional de la enfermedad.