Por: La Directora
La situación de inseguridad energética que vivimos en Colombia no es otra cosa que el resultado de la falta de gestión y la incapacidad de gobiernos sucesivos. No solo llevamos casi dos meses en racionamiento de agua, sino que la sombra de un racionamiento de energía se cierne permanentemente sobre el país y su productividad.
Para comenzar, la ampliación de la infraestructura energética no ha crecido al mismo ritmo que ha crecido la población durante los últimos años, razón por la cual, de plano nos vemos confrontados con una situación de déficit. Fuera de Hidroituango (con todos los problemas que ha tenido) la única represa hidroeléctrica significativa que se ha construido en los últimos 20 años ha sido Hidromiel, en Caldas, con capacidad de generación de 360 MW de potencia.
El Fenómeno del Niño no es algo excepcional, sucede cada cierto tiempo y ha sido ampliamente estudiado y anunciado por expertos. En 2015 hubo otro Fenómeno del Niño especialmente duro y hacia el 2008 la región había vivido otro de esos episodios. De modo que la pregunta es ¿por qué no estábamos listos para afrontar este previsible escenario? ¿Por qué en el transcurso de todos estos años no se ha desarrollado la infraestructura necesaria para almacenar el recurso cuando ha sido más abundante? Aunque el cambio climático es una realidad, esto no puede convertirse en una excusa que justifique nuestro subdesarrollo en infraestructura. No se puede dejar sin mencionar, por supuesto, que de acuerdo con varios estudios, la deforestación masiva de la Amazonía colombiana y brasileña tiene una parte importante en la sequía que hoy vivimos en la región andina. ¿Es la deforestación un hecho nuevo? No. Y aún mucho más vieja es la incapacidad del Estado de hacer frente a este tipo de problemas.
Ahora bien, que las comunidades indígenas se opongan a proyectos importantes tampoco es una excusa, porque justamente para ese tipo de tareas es que se les ha dado poder a los mandatarios, para que medien, para que lleguen a acuerdos y, en suma, gobiernen los asuntos que nos interesan a todos.
No solo no se ha ampliado la red hidroeléctrica (de la que dependemos en un 70%) sino que los esfuerzos en diversificación de las fuentes generadoras han sido mínimos. Es inconcebible que en pleno año 2024 (y a pesar de tanto discurso ecológico del que cada dirigente saca réditos políticos) ni siquiera el 1% de la energía que se genera en el país sea solar o eólica. Y a propósito de la energía eólica, hace ya un año que se suspendió indefinidamente un gran proyecto de generación en la Guajira. De nuevo, incompetencia, falta de gestión.
Lo más fácil es responsabilizar a la ciudadanía y desplegar el mensaje de que mucho es el despilfarro. Los mandatarios se excusan hablando del cambio climático cuando, en lugar de ocuparse de obras de utilidad pública que sirvan a esta y a generaciones futuras, se ocupan de asuntos exteriores que poco nos conciernen y de convocar a marchas inútiles y sin contexto.
He vivido en países que verdaderamente no tienen agua, lugares donde llueve tan poco que, cuando ocurre, la gente deja lo que sea que esté haciendo para ver el espectáculo de la lluvia como algo totalmente excepcional. En esos países no hay racionamientos de agua ni cortes de luz. ¿Por qué será?